Twitter. Punto de encuentro. 3 o 4 comentarios encantadores que se refieren al blog. Pasan unas horas, y luego una avalancha de mensajes directos de una coquetería casual e intencionada. Me despierta la curiosidad. Me invita a ver las fotos que ha colgado en su perfil de Facebook. Click. Hay montones de fotos tanto como de temas. Y lo que veo, que es obra de su autoría, me gusta. Es un buen fotógrafo y tiene piezas de una belleza particular. Sensible.
Me detengo también en la foto publicada en su perfil, en sus retratos. Mira a la cámara con cierto desenfado y tiene la sonrisa socarrona. Es un guapo. Fotogénico. Guapo. En otra serie se ve en la punta de una roca con equipo de alpinista y un paisaje en el horizonte de una belleza exótica. Descensos en paracaidas. Le gustan ciertos deportes extremos. Me gusta eso. Regreso al Twitter y le escribo que sus fotos son muy buenas. Por favor haz un click de “Me gusta” si hay alguna que te haya gustado mucho. Regreso a Facebook y hago lo que me pide. Ingenua.
En un mensaje más tarde, me felicita por la constancia con que corro muchos kilometros cada mañana.(!!)
Entró a mi perfil de Facebook. ¡Qué tarada! En una jornada de twitter, acabo de perder el anonimato con un desconocido que ha leido este blog. Ahora sabe mi nombre, conoce mi rostro.
Me pongo a temblar.