martes, 6 de julio de 2010

De locura y embeleso.


El pelo le caía y le acariciaba la quijada cada vez que giraba con gracia la cabeza.
Esa fue la primera imagen que tuve de ella y que me dejó muda aún antes de que volteara hacia mi con un cortés mucho gusto. Y en verdad fue  la única (entre el mar de una docena de desconocidas), a la que me dio gusto, mucho gusto conocer, aunque yo misma no fuera capaz del desparpajo y la desenvoltura que se requieren para iniciar una conversación.   Detrás de esa falsa arrogancia que me protege, se esconde mi timidez pueril.
La reunión transcurría llena de risas estridentes y atuendos de moda. Peinados perfectos, frases mil veces escuchadas, sincrónicas, aburridas. 

Me perdí, observándola.
El arco de un cello haciendo vibrar una cuerda, mi corazón en vilo.

Era de una belleza rara, apacible. Cada línea de su rostro, de su figura, de las manos dibujando en el aire; los gestos y la piel suave que me hacían pensar en una muchacha oriental, que no era.
Tan callada, imposible un gesto brusco en su presencia. (La veo y aguardo. La espío inmóvil, como a un ciervo que se va con la bruma de un bosque húmedo.)

La vi levantarse y caminar. Mi ojos siguiendo esa cadera dibujo de un horizonte donde el sol no podría ponerse.

Pienso que en el juicio sumario de esta reunión de mujeres hubiera perdido bajo el argumento, “está muy caderona”, y cualquier hombre hubiera exclamado ordinario “le sobra culo, le faltan tetas”. Y yo sólo tengo en la mente la imagen del cuadro de Velázquez y esa belleza tendida de frente a un espejo.

Unos ojos mansos, de sosiego y paz. Verdes y dorados.

Mirarla es como ver la última gota de lluvia que se resiste a su peso y que cuelga de una hoja aerqueada del árbol más verde de la tarde;

El amor a primera vista es azar y por lo tanto posible; un momento grabado para siempre en la retina; si acaso el fotograma velado, el instante preciso de sus dedos que de paso por su quijada la acarician; ese único mechón que como un velo  roza el lóbulo, para quedarse quieto detrás de esa oreja perfecta.

Hasta la tarde de hoy me detengo a reconocer el deseo bailándome en los dedos que no se atrevieron a rozarle  la mejilla y acomodarle el pelo, nunca quieto.

So beautiful. 

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