Me siento en
una de las 10 sillas de una mesa casi vacía; digo casi porque las únicas presentes
son dos guapas. Saludo cortésmente y busco con la vista al Majito que se quedó
en alguna mesa, saludando a los novios que en breve serán esposos.
Las bodas me
chocan, las multitudes me aterran y el hecho de tener que socializar con dos
desconocidas me resulta escalofriante. Soy tímida y cuando no tengo más remedio,
-como en este momento-, hago un esfuerzo titánico para romper el hielo. Por si
no bastara, no me siento bien. Con apenas dos horas de sueño y el cuerpo que se
duele cada vez que respiro, me acuerdo de anoche y todas las horas que me pasé
enredada en otro cuerpo, revolcándome. (Pero este es tema para otra entrada.
Dejemos al amante en el anonimato, de momento.)
Así que las
miro. Ambas guapas pero una, lo es mucho más. La muy guapa usa un vestido
ceñido al cuerpo, strapless, color berenjena. Le sienta fatal porque es de
caderas olímpicas pero le sienta muy bien a ese par de tetas apretadas que se
asoman veleidosas por encima de las varillas. Me escandalizo. ¿Porqué mi vista parece estar imantada a
esa parte de su cuerpo?
La cara
hermosa, como de muñeca en vitrina, realmente linda, armoniosa. Ojos obscuros y
el pelo como un nogal, oscuro también y largo. Intento iniciar la plática pero
ambas están concentradas en sus celulares. Tuitean, “facebookean”, o se hacen
pendejas pasando el tiempo, hasta que empiece la ceremonia civil y tengan que
prestar atención al entorno, que me incluye, ¿no? desisto por supuesto. Me
siento un poco patética. Y yo tan linda en mi vestidito de cocktail…
Me miran y
sonríen y ninguna frase genial se me ocurre; de soslayo, mi vista se estaciona
por más tiempo del necesario en ese par de tetas magníficas. El Majito aterriza
a mi lado y algo dentro de mi, se relaja. Puesta toda mi atención en mi crío,
que generosamente accedió a acompañarme, me pregunta cada dos minutos que a qué
hora empieza la música. “Pero se escucha música mi amor”, “No Ma’ la de bailar”.
La ceremonia
civil está por comenzar y con un vistazo otra vez, a las tetas de la muñeca,
nos ponemos todos de pie para celebrar el enlace.
Después del
brindis y los buenos deseos se abre la pista. Y lo que suena primero es esa
cumbia simpática que dice: “Procura
coquetearme más, y no respondo de lo que te haré.” El Majito no se arredra
y me arrastra hacia la multitud. Bailamos divertidos. Yo, un poco torpe porque
bailar cumbias en pareja no se me da y para el Rock and Roll estoy bastante
negada. Pero aún así bailamos durante horas casi todo el repertorio. Regresamos
un momento a nuestra mesa, la 15, que ahora luce abandonada. De las guapas, ni
su rastro. Se veía a leguas que tampoco lo estaban pasando muy bien.
Yo miro con
paciencia que las manecillas del reloj se columpien y llegue la hora de
retirarnos, porque más tarde tengo otro festejo, el de mi Maja que festeja esta
noche su cumple y quien me ha prometido diversión, irreverencia, algo de
desacato y con un golpe de suerte, presentarme a una guapa.
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