jueves, 29 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: En mi casa (1)

Entro por la rendija de la puerta sigilosa como un ladrón, el Ing. me espera a   la mitad del pasillo cargando las cervezas que compramos antes de llegar. De verdad no me importa dijo antes, pero me importa a mi respondo y es lo único que cuenta.

Cierro la puerta tras de mi, enciendo una luz y admiro que el desorden esté tal y como lo deje; hay cosas tiradas por doquier, camino sobre un campo minado de dinosaurios, recojo zapatos, ropa, libros, y todo lo pongo -casi lo aviento- sobre la cama del Majito. Cierro la puerta de mi habitación – territorio no explorable-. Llevo tazas de café y algún plato con migajas a la cocina. Levanto las dos botellas vacías de las cervezas que me tome viendo el juego. Apago luces y enciendo una lámpara suave.

No me gusta traer amantes a mi casa y por lo general no lo hago; me mortifica el hecho de compartir esto que bien o mal es mi espacio más privado y donde vivo con el Majito. Me choca un poco la idea de que revisen lo que leo, lo que escucho, las pocas fotos en sus marcos. Odio tener que explicar la ausencia de un comedor y en su lugar la conveniencia de una cancha multiusos: fut para el domingo en las mañanas, duelo de sables, torneo de dardos o tenis.

No me gusta compartir mi cama, me gustan las ajenas. Muy pocas veces alguno con suerte ha amanecido entre mis sábanas. Me inquieta la duda de si el Ing. en mi casa sea una buena idea. Mierda. Ya que.

Lo invito a pasar y acomodamos juntos las cervezas en el refrigerador. Se pasea observando el espacio y yo regreso a mi cuarto a sacar un tapete de yoga para acomodarlo a los pies del sofá. Y ahí nos acomodamos, hombro con hombro a escuchar música. Buscamos alguna canción que dice, le recuerda a mi. Me platica que nunca me olvido y no le creo una sola palabra pero poco importa, apoyo la cabeza en su muslo, estaciono la música en un disco de Soda Stereo como alguna especie de homenaje al pobre Cerati.

Me ofrece un masaje y me gira con suavidad para quedar tendida boca abajo.

Me acaricia muy despacio con ambas manos, mi respuesta es un largo largo suspiro; escucho a Cerati cantar. Tengo los ojos cerrados y no pienso en nada que no sean sus manos recorriéndome la espalda. Con la yema de los dedos me levanta el suéter que termina de empujar hacia arriba con la nariz mientras se abre camino a besos para llegar a mi nuca. Y todo esto lo hace con la presición de un relojero; cada vez que apoya los labios en cada una de mis pecas, me moja apenas con un roce de su lengua.  No hay un gesto que parezca brusco, todo es suave, todo es silencio también. Respira despacio en mi piel. Me mojo.

Me muerde con cuidado el cuello y la nuca mientras termino de pasarme el suéter por los brazos.
Es callado y esta noche eso, me gusta mucho. Se escuchan apenas mis gemidos. La voz de Cerati baila en el aire, un suave látigo, una premonición, dibujan llagas en las manos.

Me recorre a besos de nuevo, de norte a sur, mi espalda dispuesta, sus manos, la boca bajando despacio por todo lo largo de mi columna. Tengo la sensación de que poseo la textura de la cera de Campeche, sus manos modelándome, calentándome. A capricho y voluntad.

No me sirven las palabras, gemir es mejor.

Se detiene en mi cintura. Con ambas manos desliza mis jeans hacia abajo con la delicadeza de una mascada de seda al aire. Escucho el roce de sus manos en la tela de su camisa. Regresa a mi cintura con el torso desnudo y baja muy despacio con los labios. No puedo evitar levantar despacio la pelvis, apenas un par de centímetros. Invitarlo a algo extremo.

Y pasa de largo, sin descifrarme…

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