Perdida en sus caricias mi mente está en ninguna parte. No tengo conciencia de mi, estoy ahí, tendida, abandonada al placer. No tengo conciencia de él tampoco. No habla, no emite ruido alguno que no sea un roce de sus labios en mi cadera. Mis gemidos de ciervo dócil se escuchan apenas entre la música, y finalmente me hace voltear para quedar de frente a su cuerpo por primera vez en esta noche.
Nada más dulce que el deseo en cadenas.
Abro los ojos apenas para pedirle que se acerque, quiero su boca en la mía y se mueve muy despacio hacia mi mientras cierro los ojos de nuevo.
Me besa, mis dedos le buscan el cuello soñando con enredarse en unos rizos hirsutos que en este momento llenan mi mente. Lo beso con fuerza, lo muerdo un poco y me doy cuenta de que en esta nuca no hay rizos que jalar.
Me acoplo a su ritmo, al vaivén delicado de su lengua en mi boca. Me acaricia los senos con las yemas de los pulgares. Su rostro se desliza por mi piel. Me toma un pezón entre los dientes, lo acaricia, lo chupa. Arqueo la espalda, gimo. Me busca entre las costillas algún secreto, me aprisiona con la boca la curva de la cintura. Me apoya la palma de la mano en el vientre, cerca del pubis. Baja muy lento con la lengua, su mano presiona con fuerza, se hunde en mi cuerpo.
Juega entre mis labios, encuentra mi clítoris. Respiro violenta, gimo impúdica, me vengo.
Abro los ojos de nuevo y lo observo. Se desabrocha el pantalón, se baja el cierre.
-¿Tienes condones?
-No
-Yo tampoco. –cierro las piernas, aprieto los muslos. Me giro sobre un costado y lo veo acomodarse en mi espalda. Me susurra al oído sonriendo:
-Supongo que todavía te puedo embarazar, ¿no?
Giro la cabeza y lo miro a los ojos. Parpadeo dos, tres veces. La Güera no va a dar crédito. ¿Porqué a los casados les da por sentirse El Caguamo?
Con aplomo y gentileza respondo muy seria:
-Que me preñes, no sólo es posible sino probable. Pero más allá de eso, yo no sé con cuantas te acuestas tú –levanta las cejas, esboza una sonrisa, quiere decir algo -y sobre todo, tú no tienes idea de con cuantos me acuesto yo.
Me giro de nuevo, me apoyo en su brazo que me sirve de almohada, cierro los ojos. Delicado mueve mis rizos a un lado para hundirme la nariz de nuevo en la nuca. Con el brazo que le queda libre me arropa la cintura. Una de sus piernas entre las mías, la otra rozándome el tobillo. Lo escucho respirar pausado, me arrulla y me quedo dormida.
Abro los ojos y por un instante no sé donde estoy. Veo de manera borrosa la mesa que me sirve de escritorio y mi compu que desde hace un rato se ha quedado muda. Recorro el librero, las paredes, la ventana abierta que deja pasar el ruido de algún auto perdido en el periférico, escucho esa brisa fresca que anuncia el amanecer y me estremezco.
Cierro los ojos de nuevo, un brazo me adivina el frío, me aprieta y me envuelve. Duerme. Su aliento pausado en mi cuello quiere arrullarme de nuevo. A esto sabe el amor.
Con mucho cuidado me incorporo y me acerco desnuda a la ventana, busco hacia el oriente una línea difusa donde se adivinen los Volcanes; ahí están pero no se ven, termino de despertar con el fresco que me eriza la piel.
Camino hacia mi recámara, entro al baño y me lavo los dientes. Me cubro con una camiseta y salgo de nuevo a ver si el Ing. despertó. Lo encuentro abotonándose la camisa. Le planto un beso y le sonrío alegre:
-¿Te pido un taxi?
Un taxi y una farmacia en casa.
ResponderEliminarDisfruté mucho la entrada, no tenía el gusto de conocer este espacio. Muy bien lograda, consigues despertar...bueno, las emociones del lector. Saludos.
ResponderEliminarFrank,
ResponderEliminarEstos casados tan poco prevenidos.
Vincent, Gracias. Bien venido!
P:
ResponderEliminarMaja eres maravillosa con la narrativa, escribe una novela, lo vas a ver de nuevo?