Nada parecer
sobresalir demasiado en la decoración pop de esta habitación. Todo se reduce a
doce metros cuadrados sobre los que está bien apoyada una cama matrimonial al
centro. Al lado de la cama hay un par de escalones que llevan a una especie de
estrado donde hay una silla blanca de plástico firme y diseño como para la
modernidad.
Me siento con
las piernas cruzadas en la silla pop mientras mi acompañante deja su chamarra
por ahí y busca donde conectar su Ipod para musicalizar la escena por venir. Le
desconozco los gustos y sólo suplico callada, que no sea música ochentera. !Bah! La música es lo de menos. El hecho
de sonreír desde lo alto me hace sentir segura y confiada. Lo miro con el
deleite con que un gato inicia jugando, una cacería que, terminará en banquete.
Él repasa en
voz alta lo que nos ofrece un menú abierto: Bebidas varias y cigarros,
disfraces (me guardo las ganas de decirle que el de La Enfermerita Traviesa me
encantaría), tuttifruti de condones y lubricantes, pelis. Como de ahí no me
apetece nada, deja de nuevo el menú en su lugar.
Al lado del
espejo que hace las veces de un gran tocador, en la esquinita del cuarto, sobresale
un tablón inclinado forrado con una superficie acolchonada; y en lo alto un
tubo pequeño en el que adivino caben un par de puños cerrados.
Esbozo la
mejor de mis sonrisas al tiempo que me levanto de la silla y me acerco a ese
ángulo prometedor.
-¿Será para hacer abs?- le
pregunto a mi acompañante.
-A ver,- me mira retándome y ordena
muy serio: -Levanta las piernas.
Me sujeto con
fuerza, inhalo muy despacio y consigo hacer la maniobra, con la mirada puesta
en sus ojos obscuros. Me siento como una acróbata soñada en esta pose parecida
al “El Cristo” que hacen los gimnastas en los aros. La verdad es que también estoy
a punto de soltar una carcajada.
-Ahora,
ábrelas- dice al tiempo que se acomoda frente a mi, y lo hago sin el menor esfuerzo sólo porque
estoy segura de que su cuerpo como tierra firme me sostendrá en breve.
Mis piernas
están ahora enrolladas en su torso y su boca por fin está sobre la mía. Un beso
apenas, tan fugaz que me hace respingar. Con total libertad de acción, sus
manos recorren mis hombros y su boca mi cuello; baja los brazos despacio
rodeando mi cintura y bajando por mi espalda, con ambas manos me sostiene de
las nalgas, me levanta un poco brusco, como estibador de sacos de papas y se
ríe. ¡Ja! Cómo si mis 46 kilogramos de peso fueran un mérito para la fuerza de
sus brazos. Se acerca a mi boca de nuevo, yo le quito mis piernas del cuerpo y
apoyo los tacones altísimos en el suelo mientras él me dice con la mirada que
mis brazos deben quedarse donde están. Sus dedos ágiles recorren botones hacia abajo y dejan mucha
piel al descubierto. Ni siquiera me mira, sus ojos y sus labios están encima de
mis senos, pasean, recorren, me mojan toda.
Esta sensación
apabullante me hace sentir mareada pero sigo firme colgando con los brazos por
encima de la cabeza. Mis piernas
como una enredadera reptando por su cintura.
He esperado
tanto que casi podría esperar una o dos horas más. Miento, me recorre cierta
impaciencia. Lo observo embelesada. Lo encuentro divino.
Se que en unos
cuantos segundos podré apoyar los pies en el piso y buscaré de nuevo
hambrienta, su boca.
Suspiro,
respiro de nuevo y ahogo un gemido. La imagen que brilla en mi mente hace
dichosa esta última espera.
La certeza de esos
risos hirsutos, anhelados de hace tiempo; que le bailan en la nuca, enredados
con mucha fuerza entre mis dedos.
Neto? Lo soñaste ?
ResponderEliminarAtte
Patito
...
ResponderEliminar¿qué te digo?