lunes, 9 de mayo de 2011

Una cita a ciegas: Víctima desconocida (3)

   Estaciono el auto con cuidado. Me veo por última vez en el espejo. Todo está en orden. Bajo de mi coche y camino los pocos metros que median de la esquina a la barra del café  donde acordamos el encuentro. Me acomodo con cuidado la pashmina negra sobre los hombros. Avanzo un poco más y lo veo por primera vez. Está sentado en una silla alta de frente a la barra que da a la acera. Me mira y conforme avanzo lo observo también con atención: viste traje y corbata. Se ve tan formal que me cuesta imaginarlo como al aventurero explorador con quien he intercambiado mensajes en Twitter desde el viernes.


   Mis tacones rojos, son un equívoco. Mierda. Lo imaginaba más alto. Por lo menos más alto que yo y valga decir que lo es, sí en lugar de haber elegido estos zapatos coquetos, caminara descalza. ¡Ja! Trajeado y cortés me recibe con una sonrisa y un beso en la mejilla. De frente a él, recibo la segunda sorpresa de la noche: es realmente fotogénico, de esos afortunados a los que la óptica de cualquier cámara esculpe.  Es guapo, pero no tanto, no como en sus fotos. 


   Tiene algo que me inquieta: algo en su gesto o en la mirada. O la mirada y todo él. O la manera como habla. Delicado. Lo miro fijamente con cara de entender lo que dice, y que no entiendo porque no le he puesto atención;  sigo sin descifrar lo que advierto y al mismo tiempo no reconozco. Sonrío. Hablo un poco también.

Sonríe.

Descubro que es femenino. Advierto: no afeminado.

Femenino.

Y eso, tampoco me lo esperaba.

Mierda.