viernes, 23 de noviembre de 2012

Mi Maja: Del nos besamos, al me besó.


       La veo envuelta en una nube rosa entre algodones de azúcar y jilgueritos cantarines. Todo es risitas y buena voluntad; habla de la guapa y le sale tanta miel de los ojos que me empalalaga. Mierda. Toda esa dulzura está por provocarme un coma diabético y pienso que ya perdió la cabeza; está enamorada al punto del almíbar. Bien podría desistir de mi propósito porque en resumen, a ésta no la rescato de la dicha. Me solidarizo con un par de risotadas tontonas y le digo mirándola a la cara:

-Yo no besé a tu novia, Maja.

-Jajaja. Pero si yo estaba ahí Maja y se besaron. Jajajaja. Jijiji. Ni te preocupes, no soy celosa, no fue nada Maja.

-No Maja, no la besé. !Pregúntame porqué no la besé!

La vehemencia de mi tono la hace regresar al planeta de los mortales. Consigo que se ponga un poco seria por fin:

-¿Porqué no la besaste maja?

Antes de responderle, me tomo unos segundos para buscar en mi bolsa, entre los lentes de sol y el teléfono, abajo de mi agenda, en el fondo, una botella pequeñita de Tequila que recuerdo compré para casos desesperados como este. La destapo con cuidado y después de un buen trago la miro muy seria a los ojos y con el tono dramático de un tango de arrabal respondo:

-Porque tu novia me gusta.

Su reacción es como en las películas: respinga perpleja, intenta decir algo, balbucea, parpadea a la velocidad del aleteo de un colibrí. Me aguanto la risa y le aplaco los gestos con un ademán tranquilizador.

-Ya sabías Maja, no te hagas. Por eso quiero que me lo preguntes de nuevo.

-¿Qué?

-Qué porqué no besé a tu novia, Maja.

-¿Porqué no la besaste, Maja?

-Porque es tu novia, Majita. Y yo nunca te haría algo así. Ni borracha, ni jugando. Y la verdad me siento un poco avergonzada, ¿sabes?

-Ay Maja. No pasa nada. No hay bronca, de verdad. No te preocupes Majita, te creo. No te sientas mal. No es para tanto.

-¿Segura Maja?

-Segura Majita.

-Bueno, tal vez la próxima vez debería besarte a ti para estar parejas.

lunes, 19 de noviembre de 2012

Machín Patán: El primer encuentro.


Con ambas manos le levanto la camiseta hasta la cara, para dejársela sobre los ojos y me acerco con la nariz a su pecho para investigar a qué huele este hombre que desde hace tanto me trae de cabeza. Me gusta su olor que no huele a nada. No usa loción ni perfume, no le adivino el olor del desodorante en las axilas, no huele a jabón siquiera y sin embargo tiene un olor que me gusta, embriagador. Lo recorro con la lengua también y le descubro veloz el rostro para morderle la boca.

Dejo que sus manos se enreden en mis rizos suaves y me jala tan brusco que mi cabeza queda inclinada hacia atrás y antes de que respingue,  sus labios pasean en mi garganta. Parece gustarle el sexo rudo, que a mí me encanta y que es mi especialidad. Se agacha con cuidado a quitarme las botas mientras me desabrocho los jeans y los deslizo hacia abajo.

En un minuto él se ha quedado sin ropa también y abrazándome con fuerza me guía hasta la cama. Me acomoda de todas las formas posibles y me coge. No habla, pero gime y me excita escuchar su respiración agitada. Parece que bufa. Bufa. Coge como una bestia.

Yo tampoco hablo, me limito a respirar profundo y seguirle el ritmo. Mis manos no se cansan de recorrerle el cuerpo, lo agarro con fuerza de las nalgas y lo encajo en mi pelvis con mucha fuerza. Se detiene un instante en mis ojos y me esquiva. Mi mirada se pierde también en otro sitio. ¿cansada?, pregunta con un dejo de burla. No todavía, respondo apretándolo con mucha fuerza. Gime. Me gusta. Me penetra despacio y con fuerza.

Me abandono al placer de sentir que me coge un desconocido y me imagino como en esa escena de “Savages”, la peli de Oliver Stone. Machín Patán es un amante bastante salvaje, incansable y despreocupado. Sin pedirlo siquiera, me gira como a una muñeca de trapo, me pone en cuatro, me jala el pelo y me embiste rudo. Me vengo unos segundos antes que él. Yo en silencio, él como una sirena de patrulla. Un escándalo. Se desploma en mi cuerpo y me acaricia el pelo y los hombros mientras se le tranquiliza el respiro.


¿Seguimos?, escucho que me susurra al oído al tiempo que me mordisquea la oreja.