lunes, 19 de noviembre de 2012

Machín Patán: El primer encuentro.


Con ambas manos le levanto la camiseta hasta la cara, para dejársela sobre los ojos y me acerco con la nariz a su pecho para investigar a qué huele este hombre que desde hace tanto me trae de cabeza. Me gusta su olor que no huele a nada. No usa loción ni perfume, no le adivino el olor del desodorante en las axilas, no huele a jabón siquiera y sin embargo tiene un olor que me gusta, embriagador. Lo recorro con la lengua también y le descubro veloz el rostro para morderle la boca.

Dejo que sus manos se enreden en mis rizos suaves y me jala tan brusco que mi cabeza queda inclinada hacia atrás y antes de que respingue,  sus labios pasean en mi garganta. Parece gustarle el sexo rudo, que a mí me encanta y que es mi especialidad. Se agacha con cuidado a quitarme las botas mientras me desabrocho los jeans y los deslizo hacia abajo.

En un minuto él se ha quedado sin ropa también y abrazándome con fuerza me guía hasta la cama. Me acomoda de todas las formas posibles y me coge. No habla, pero gime y me excita escuchar su respiración agitada. Parece que bufa. Bufa. Coge como una bestia.

Yo tampoco hablo, me limito a respirar profundo y seguirle el ritmo. Mis manos no se cansan de recorrerle el cuerpo, lo agarro con fuerza de las nalgas y lo encajo en mi pelvis con mucha fuerza. Se detiene un instante en mis ojos y me esquiva. Mi mirada se pierde también en otro sitio. ¿cansada?, pregunta con un dejo de burla. No todavía, respondo apretándolo con mucha fuerza. Gime. Me gusta. Me penetra despacio y con fuerza.

Me abandono al placer de sentir que me coge un desconocido y me imagino como en esa escena de “Savages”, la peli de Oliver Stone. Machín Patán es un amante bastante salvaje, incansable y despreocupado. Sin pedirlo siquiera, me gira como a una muñeca de trapo, me pone en cuatro, me jala el pelo y me embiste rudo. Me vengo unos segundos antes que él. Yo en silencio, él como una sirena de patrulla. Un escándalo. Se desploma en mi cuerpo y me acaricia el pelo y los hombros mientras se le tranquiliza el respiro.


¿Seguimos?, escucho que me susurra al oído al tiempo que me mordisquea la oreja.

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