miércoles, 14 de noviembre de 2012

En una habitación Pop


Nada parecer sobresalir demasiado en la decoración pop de esta habitación. Todo se reduce a doce metros cuadrados sobre los que está bien apoyada una cama matrimonial al centro. Al lado de la cama hay un par de escalones que llevan a una especie de estrado donde hay una silla blanca de plástico firme y diseño como para la modernidad.

Me siento con las piernas cruzadas en la silla pop mientras mi acompañante deja su chamarra por ahí y busca donde conectar su Ipod para musicalizar la escena por venir. Le desconozco los gustos y sólo suplico callada, que no sea música ochentera.  !Bah! La música es lo de menos. El hecho de sonreír desde lo alto me hace sentir segura y confiada. Lo miro con el deleite con que un gato inicia jugando, una cacería que, terminará en banquete.

Él repasa en voz alta lo que nos ofrece un menú abierto: Bebidas varias y cigarros, disfraces (me guardo las ganas de decirle que el de La Enfermerita Traviesa me encantaría), tuttifruti de condones y lubricantes, pelis. Como de ahí no me apetece nada, deja de nuevo el menú en su lugar.

Al lado del espejo que hace las veces de un gran tocador, en la esquinita del cuarto, sobresale un tablón inclinado forrado con una superficie acolchonada; y en lo alto un tubo pequeño en el que adivino caben un par de puños cerrados.

Esbozo la mejor de mis sonrisas al tiempo que me levanto de la silla y me acerco a ese ángulo prometedor.

-¿Será para hacer abs?- le pregunto a mi acompañante.

-A ver,- me mira retándome y ordena muy serio: -Levanta las piernas.

Me sujeto con fuerza, inhalo muy despacio y consigo hacer la maniobra, con la mirada puesta en sus ojos obscuros. Me siento como una acróbata soñada en esta pose parecida al “El Cristo” que hacen los gimnastas en los aros. La verdad es que también estoy a punto de soltar una carcajada.

-Ahora, ábrelas- dice al tiempo que se acomoda  frente a mi, y lo hago sin el menor esfuerzo sólo porque estoy segura de que su cuerpo como tierra firme me sostendrá en breve.

Mis piernas están ahora enrolladas en su torso y su boca por fin está sobre la mía. Un beso apenas, tan fugaz que me hace respingar. Con total libertad de acción, sus manos recorren mis hombros y su boca mi cuello; baja los brazos despacio rodeando mi cintura y bajando por mi espalda, con ambas manos me sostiene de las nalgas, me levanta un poco brusco, como estibador de sacos de papas y se ríe. ¡Ja! Cómo si mis 46 kilogramos de peso fueran un mérito para la fuerza de sus brazos. Se acerca a mi boca de nuevo, yo le quito mis piernas del cuerpo y apoyo los tacones altísimos en el suelo mientras él me dice con la mirada que mis brazos deben quedarse donde están.  Sus dedos ágiles recorren botones hacia abajo y dejan mucha piel al descubierto. Ni siquiera me mira, sus ojos y sus labios están encima de mis senos, pasean, recorren, me mojan toda.

Esta sensación apabullante me hace sentir mareada pero sigo firme colgando con los brazos por encima de la cabeza.  Mis piernas como una enredadera reptando por su cintura.

He esperado tanto que casi podría esperar una o dos horas más. Miento, me recorre cierta impaciencia. Lo observo embelesada. Lo encuentro divino.  

Se que en unos cuantos segundos podré apoyar los pies en el piso y buscaré de nuevo hambrienta, su boca.

Suspiro, respiro de nuevo y ahogo un gemido. La imagen que brilla en mi mente hace dichosa esta última espera.

La certeza de esos risos hirsutos, anhelados de hace tiempo; que le bailan en la nuca, enredados con mucha fuerza  entre mis dedos. 

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