viernes, 2 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: Dilema.



Si está tratando de engancharme con poesía de celular, está muy lejos de lograrlo.

Pero curiosidad tengo y curiosa soy.

Tengo ganas de verle a los ojos de nuevo y saber si el tiempo le conservó esa mirada de galán de balneario.
Además, si le pongo fecha al encuentro me evitaré el tormento de sus mensajes cursis y podrá atormentarme en vivo y a todo color.

¿Quién se resiste a una buena dosis de egoSnacks?

miércoles, 30 de junio de 2010

El Ingeniero hoy día: Mails y mensajes.


Recibo un primer mail que dice:

Preciosa, sólo para mandarte un beso.

A los días un mensaje en mi celular:

Preciosa, sólo quiero decirte que estoy viviendo en México y que me encantaría verte.
Atte. El presidente de tu club de admiradores.

Hay algo en el tono de sus líneas que no termina de convencerme, pareciera de regreso a sus 17 y yo definitivamente no quisiera estar de regreso en mi pubertad. Se confiesa como mi máximo admirador y no me ha visto en más de 25 años. ¿Quién firma sus líneas diciendo “el presidente de tu club de admiradores”?

También podría ocurrir que se haya suscrito a un servicio del tipo “Frases románticas hoy y siempre, al 7722 desde tu celular”, y utiliza una plantilla genérica. 
¿Qué tal que se convirtió en uno de esos hombres que “miamorean” a la mesera, a la colega, a la cajera del banco?

Imposible saberlo, porque a la distancia y ahora que lo pienso, no tengo un solo recuerdo de los dos sosteniendo una conversación. Es decir, somos unos perfectos desconocidos.

La sospecha empieza a recorrerme toda como urticaria en la piel.

Le respondo lacónica que mis tiempos son complicados pero que podría tener una noche libre y compartir una chela.

Preciosa, si te he esperado toda la vida, podría esperarte aún hasta el final de los tiempos.

lunes, 28 de junio de 2010

A mis trece.


Lo recuerdo mirándome desde una de las esquinas de la piscina; yo sentada en una orilla, con los pies dentro del agua, agitándolos nerviosa. Solos.
No recuerdo el momento en que lo conocí, sólo ese momento casi de noche. Esa mirada que fue capaz de producir una insurgencia química en mi cuerpo; batallones de hormonas acudiendo a formación obedeciendo a una Diana salida de la trompeta del primer impulso sensual.
Yo tenía 13, apenas. En mi contra jugaba además de la edad, una figura rolliza, gordita y un carácter reservado, introvertido.

Por ese entonces mi prima se mudó a mi casa, a mi vida y a mi habitación; así que pasé a formar parte de esa pandilla donde yo era más bien la mascota. Todos mayores que yo, adolescentes en plenitud, un par casi adultos. A mi no me alcanzaba aún ni para el acné.

Enamorada a mis trece nunca podría reprocharle un desvelo, pues el insomnio –aprendí más tarde- obedece a la condición de adulto neurótico, pero me robó la vigilia y la fama de buena estudiante. Sin remedio, troné como ejote varias asignaturas de la secundaria. Pasaba horas escribiendo su nombre en cada hoja disponible, hasta la nausea. Me convertí en una zombie. Pienso que de haber nacido varón, todo se hubiera solucionado en un lugar privado con revistas de encueradas; mientras los chicos tienen ese consuelo en sus manos -jalarse la polla- yo desconocía aún las maravillas que podía lograr con mis dedos y con mis sueños.

Esas hormonas despertando eran apenas un boceto del deseo, una línea translúcida, una punzada tímida pero certera que se me clavaba en la parte baja del vientre, dulce; y cuyo desahogo se encontraba en verlo de nuevo otro sábado, muchos sábados y durante 4 años eternos.
La pandilla se juntaba cada fin de semana y cada lunes de vuelta a la escuela las novedades seguían sin serlo; más allá de esa mirada del que se sabe admirado, no había el menor signo de reciprocidad. Sin duda mis trece me jugaban en contra.

Recuerdo una noche en la que terminamos bailando baladas, fundidos en un abrazo, los pies moviéndose apenas sólo para que pareciera que bailábamos; un campo magnético donde la testosterona brincaba de uno a otro, mezclándose en una infusión incierta y que me valió otro trimestre de materias reprobadas. Lo que no se me olvida es que colgada de su cuello, como nunca antes a milímetros de su piel, mis mejillas rozaron su mandíbula.
¿y? me preguntaron las cómplices de la secundaria, cuando me vieron llegar flotando al salón -olía a tacos. A cebolla y a cilantro- respondí incapaz de describir como me había sentido apretadita en su cuerpo.

Nunca me peló, pasaron 4 años y nunca me peló. Sus padres lo mandaron a estudiar a provincia, a Xalapa me acuerdo. No mucho tiempo después embarazó a una chica a la que le respondió hombrecito, casándose con ella.

Después de más de 25 años, me buscó y me encontró.


No tardó mucho en hacer uso del Google para saber más de mí e invitarme a cenar. A reencontrarnos.