jueves, 14 de octubre de 2010

El Pibe: En trance.



Mi celular repiquetea con insistencia. Parece sonar desde muy lejos. Tal vez suena desde muy lejos porque todo a mi alrededor es bruma; y también es silencio. Abro los ojos un instante y antes de cerrarlos de nuevo, el teléfono suena de nuevo y me saca de esta burbuja. Me sacude del trance. En realidad estoy atrapada dentro de mi auto en medio de la nada, en el limbo: en el tráfico.

Despacio, agito todo lo que hay adentro de mi bolsa, encuentro mi teléfono y contesto. Desde el otro lado de la línea escucho a mi amiga La Güera decir:

-¿Maja? ¿Estás bien? ¿Cómo te fue?

-¿Güera? ¡Estoy atorada en el puto tráfico! No, no estoy bien. Este hijo de puta me echó de su casa…
-¿Cómo?

Y yo quiero explicarle todo pero de mi boca sólo salen balbuceos y frases inconexas. La junta de las 6:30, no entiendo nada, ni siquiera sé donde estoy, ya te lo había dicho Princesa, ¿a las 6:30?, mi mente trata de bordar imágenes que recuerdo de hace unos minutos. Yo detrás de El Pibe, detrás de su sombra, como un cachorro al que están por abandonar, siguiéndolo por toda la casa y repitiendo como un lamento: No me quiero ir. Odio tener que irme. Es que ya va a empezar el partido. No sé donde está mi ropa. ¿No me puedo quedar hasta que pase el tráfico y ver el juego aquí?

El Pibe, energético y volátil como un gas venenoso, persigue a Mika la gatita que tiene secuestrado mi brasier  y que escondió en algún lugar del departamento. Aquí esta, dijo. No me andes dejando tu ropita interior Princesa. Hijo de Puta. Esas manos que ahora sostienen mi bra rosa cursi de encajes, sostenían hace unos minutos, mis gemidos y mis lamentos. Sostenían la tarde afianzadas de mis flancos, como ganchos a los lados de mis caderas. Las manos que desde algún lugar cercano envían un mensaje a mi celular. ¿Hay mucho tráfico Bombón? ¿Me perdonas?

Afuera de mi, más allá del parabrisas y las ventanillas, un millón de vehículos estacionados en la avenida generosa de 5 carriles. Yo veo una hoguera de leña verde, a la mitad de Masaryk, con El Pibe envuelto en humo y llamas. Te odio tarado. Nadie se mueve, nadie avanza. Busco con la mirada al conductor del auto a mi izquierda. ¡Por favor señor! ¿Me deja pasar? Tengo que salir de aquí a como de lugar. Veo a este Pibe montar su bici, sonreír de nuevo feliz, mandarme besos con las manos y alejarse. Va de camino a la junta de las 6:30. Sonrío.



45 minutos y 4 kilómetros después tengo frente a mi, una copa de vino en la que pretendo ahogar lo que me queda de tarde. Me la ofreció la pareja sentada en la mesa de al lado. Recupero lo que me queda de respiro. Estoy en una terraza linda de la Condesa,  Abro mi compu, sigo el juego. Pienso en El Pibe. Pienso en cuánto me gustaría que Machín Patán me lo hiciese así, como El Pibe.

martes, 12 de octubre de 2010

El Pibe: Martes (y2)


Y lo que sigue no es más que la repetición de lo que muchas veces antes, me hizo. Sus manos sobre mi cuerpo, sus dedos buscando por dónde entrar, torpe, medio bruto o más bien tosco. Me prometió su lengua y eso es lo que hace, pero el sexo oral nunca ha sido su fuerte y en esta tregua de más de dos años tampoco aprendió; y yo que navego entre la desilusión y el desencanto vislumbro un futuro que sabe a ese pasado común  al que le conozco hasta las costuras.

Qué tarada, pienso de repente. Me resigno. Dejo que su lengua se pierda un poco por ahí adentro, antes de detenerlo. Me acaricia con tal frenesí que mi clítoris está en el límite de la sobre estimulación y lo aparto de mi cuerpo antes de que arruine todo; le señalo con cuidado cómo me gustaría que lo hiciera pero ni me hace caso ni le atina.

Suspiro.

-Acuéstate,- le pido - déjame estar encima de ti.

Me rodea con el cuerpo y antes de tenderse boca arriba, se queda de  rodillas a un costado de mi cabeza y me pide que lo chupe un poco. Bueno no así, sus palabras son:

-Bésame un poquito, dale.- Y cuando descubre que no habrá poder humano o divino que me haga besarlo en esa posición- con él mirándome desde arriba-, termina por recostarse en la cama.

O sea que su demostración anterior fue con el propósito de lograr que mi boca espléndida se abandone a su placer. Hijo de puta. No me sorprende. Me acomodo entre sus piernas y le doy un par de lengüetazos, pero ni me siento inspirada ni con ganas de eso. Me detengo en seco y lo miro:

-Hoy no Pibe, no tengo ganas de chupártela.

-No importa, está bien. Vení encima mío Bombón.

Y eso hago, lo monto.  Esta película ya me la sé. Fotograma a fotograma. Le miraré el gesto retorcido, sus gemidos de bestia sin control. Sé cuánto le gusta que me mueva rápido, yo disfruto más  embistiéndolo despacio, como si mi cadera respondiera al vaivén lento de una ola tímida golpeando una orilla. Un minuto después voy a acelerar el ritmo para darle gusto. Me perderé en su cara en la que puedo leerle el deseo que ya le resulta imposible contener. Pero yo no querré venirme aún, optimista dejaré de lado el desencanto de este revolcón,-que no es que esté mal, es sólo que yo esperaba mucho más- y me detendré de nuevo  para decir:

-¿Me volteas?

Voy a dejarme caer sobre el colchón, boca abajo, y él girará por encima de mi cuerpo para acomodarse detrás de mi.



Lo que no puedo saber, prever o adivinar, es lo que hará a continuación. 

lunes, 11 de octubre de 2010

El Pibe: Martes (1)

El Pibe me abre la puerta luciendo su mejor  sonrisa, la más socarrona por cierto. Lanza chispas con los ojos y sin miedo a equivocarse exclama divertido: ¿Te he dicho que sos un bombonazo? Muy complacida lo sigo por el pasillo y avanzo hasta el sofá que está en frente de la tele; él se desvía a la cocina mientras yo acomodo mis cosas por ahí. Lo espero de pie y cuando está a mi alcance lo abrazo y le planto uno de esos besos aperitivo, como para abrir apetito.

Se separa de mi beso para sonreirme de nuevo. Me gusta abrazarlo de pie porque sólo tengo que inclinar un poco el cuello hacia atrás para que su boca y la mía coincidan en ese meridiano común. Delgado y ágil como un pez, su peso sobre mi cuerpo siempre me ha resultado delicioso. No tiene una altura imponente ni mucho menos,- me sobrepasa apenas por 10 cm- pero todo en él es una línea esbelta y graciosa, del cuello a los hombros, de los brazos muy largos a cada pierna larguirucha también; hasta su pija que es tan esbelta como todo en su cuerpo.

Nos separamos, nos sonreímos. Regresa a la cocina por la bebida que me ha ofrecido y desde ahí anuncia:

-¡Che Bombón! Te aviso. Tengo una junta a las 6:30, ¿eh?

Hijo de Puta. Ok. No es grave, siempre y cuando la cosa no pase de las bocas.  Pero quiero respingar porque me caga que me eche de sus brazos o sus besos a la mitad de la tarde, como si nada. Como si todo pudiese seguir sobre ruedas después de dejarle incendiado el cuerpo. Sobretodo hoy que abandoné el juego de beis por sus promesas todavía no cumplidas. ¡Bah! Con un poco de suerte,  podré salir de aquí antes de las las seis y evitarme esa hora de tráfico que representa una penitencia a quienes condenados estamos, a vivir en esta ciudad.

Nos sentamos en el suelo, arriba de un par de cojines, ocupando el único espacio disponible entre la mesa de centro y los pies del sofá. Me besa con la magia que lo distingue y sus manos avanzan por mi espalda para desabrocharme el brassier. Mierda, me digo, los hombre nunca entienden; les parece más graciosa la demostración de sus habilidades motrices finas, que la incomodidad que producen. Estoy a punto de decirle que no hay mujer sobre la tierra que disfrute tener el brassier desabrochado bajo la ropa… ¿Para qué? Me quedo callada, jalo los tirantes por las mangas y termino aventando mi bra lindísimo de encajes por ahí. Una gatita joven que no había visto, se lo lleva a un rincón.

Los besos se hacen más profundos y la intensidad de nuestras caricias también. Con mi cuerpo sobre el suyo, le paso la mano muy lentamente por encima de los jeans. Me gusta verlo excitado y mi boca se apodera de la suya en un beso sin tiempo. Me olvido del tráfico, del beis, pero no puedo pasar por alto la montaña de polvo que hay abajo del sofá y que mi mano encuentra por casualidad buscando un punto de apoyo. Señora bien y de mi casa, quisiera preguntarle por Felipa, la mujer que le ayuda con la limpieza, pero ni es mi casa ni es mi novio y me limito a pedirle con un poco de urgencia y muchas expectativas, que me lleve a su cama…