jueves, 18 de noviembre de 2010

El Pibe: Sexo a domicilio (y 3)




-¡Bombón! En 10 minutos llega la comida. –grita El Pibe desde algún lugar de su departamento. –Tenés hambre, ¿no?

No respondo. Sigo tendida en la cama sin el menor deseo de moverme. No creo tener fuerzas ni para levantarme. Me tiemblan las piernas, me pesan los párpados, seguro mi presión arterial raya en el cero. Noqueada.

-¡Qué! Ya no resistes nada Princesa, sos una viejita. Muy hot por cierto. –Una sonrisa se asoma desde la puerta.

-Tarado, boludo. Estás igual que yo, ni te quieras hacer el canchero conmigo ¿Qué no ibas a cocinar, por cierto?

-¿Cocinar? ¿Para qué? Prefiero tocarte otro rato, te pedí doble postre. Dulce de leche. Anda, vení conmigo. ¿Querés fumar?

-Me pediste postre doble para comerte la mitad.

-Dale, vení ya. ¿Vemos una peli? –Me levanto y me dejo caer de nuevo en el hueco que me hacen sus brazos. Me pasa una frazada sobre los hombros y me besa otra vez.

Acurrucados en el sofá, comemos, fumamos, nos ponemos re pachecos. Nos besamos, nos reímos. De la peli no entiendo una jota. No importa. Este exceso de comida -Gula-, sexo –Lujuria- y mota –¿es un pecado capital, la mota? resulta la mejor manera de festejar mi cumpleaños que está a la vuelta de la esquina.

No sé si es el dulce de leche o sus manos en mis piernas. El corazón lo tengo a mil de nuevo. Lo beso por todos lados, desde los hombros hasta el vientre. Pienso en lo fácil y cómodo que sería enamorarme otra vez, de su risa y de su cuerpo.

Sonrojados, temblorosos, jadeantes. Con ganas de más. Seguimos. Del sofá a su cama de nuevo. Yo debajo, yo encima, él debajo, muy dentro de mí. Le falta el respiro y me resisto a darle tregua. Me monta, me vengo, lo monto. Me besa, lo muerdo.

Hace un rato que ya es de noche. El Pibe tendido boca abajo, duerme. Yo dormía hasta hace un minuto, una caricia de pelo suave me hace abrir los ojos. Mika sale de entre las sábanas, me ronronea en la nuca y se acomoda enmedio de los dos.

Me volteo, miro la luz color ámbar que se cuela entre los huecos de la persiana desde la calle. Mika me pasa por encima y se acomoda frente a mi cara, a lamerse con sosiego y lentitud, una pata. ¿Sabes Mika que no me gustan los gatos? No me lo tomes a mal, ¿eh? No los odio, pero no me gustan, así que no pretendas que te acaricie. Me giro de nuevo y cierro los ojos. Es inútil, no puedo dormir. No sé cuanto falta para que llegue el día, pero me vienen unas ganas incontrolables de salir corriendo. Estoy desnuda en unas sábanas que no son de algodón y que por el olor, diría que no han sido lavadas en semanas y comparto la almohada con un gato. Buenísimo. Qué poco me importó hace unas horas en las que estaba hasta dispuesta a enamorarme de nuevo. ¡Ja! No puede faltar mucho para que amanezca. El Pibe duerme con tapones en los oídos así que no hay ruido que le asuste el sueño. Tan desapegado como siempre. Tan volátil como de costumbre, tan Aire él.

Pienso en mi amiga Matilde (antes Lau) quien sostiene que a los “Ex” hay que dejarlos en el archivo muerto, en el pasado y en este momento le doy toda la razón. Quiero mi cama y mis sábanas exquisitas de algodón que huelen a jabón, recién planchadas.

El Pibe abre un ojo, me sonríe, mira a Mika acurrucada en mi cabeza, la toma con cuidado y la abraza. A Mika, a la gata.  ¿No es linda? dice en un susurro antes de dormirse otra vez. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Pibe: Sexo a domicilio (2)



En su recámara hay una silla, metálica plegable, como de cantina. Lo hago sentarse en el borde del asiento, con la columna como una tabla inclinada hacia el respaldo. Mis manos se apoyan sobre sus hombros, mi pelvis encaja perfectamente en la parte más baja de su vientre y las puntas de mis pies se apoyan firmes en el suelo, de manera que puedo controlar el vaivén de mi cadera.

Mis rodillas apuntan hacia afuera, desafiando tendones y músculos. Y mi centro, la línea vertical que baja desde mi cielo hasta mi entraña, lo abraza con fuerza.

Me sostienen sus manos firmes puestas en la parte baja de mis nalgas. Me detienen de tanto en tanto. Llevamos un buen rato así, meciéndonos, respirándonos encima. Lo miro gemir y cabalgo al viento; hasta quedar sin respiro.

Me jala los rizos detrás de la nuca reclamando mis ojos ausentes en los suyos.

Quiero verte venir, dice. ¿Así?, respondo de muy lejos antes de desplomarme en su cuerpo que arde y se sacude, salvaje… 

Afuera nos sobra la tarde.

Quiero verte venir, le pido. Me recuesta en la cama, me monta, me complace.

martes, 16 de noviembre de 2010

El Pibe: Sexo a domicilio (1)




Mika y yo nos miramos de frente, en silencio; desde hace varios minutos. Quiere jugar tal vez. Yo miro hacia la ventana. Se acerca un poco a donde estoy y la ignoro. Se acerca un poco más. Sigo indiferente. Ni se te ocurra, pienso. Busco en mi bolso algo con qué entretenerla y con un par de notas del supermercado le hago una bolita de papel que le aviento lejos para distraerla. Sin caer en la trampa, avanza un par pasos con cuidado, hacia mí. Si estiro una mano podría tocarla, pero eso no va a ocurrir y ella lo sabe.

En ese momento, la puerta del baño se abre y El Pibe sale con el torso desnudo magnífico, donde le brillan todavía un millón de gotitas de agua. Se cuelga la toalla en los hombros y me sonríe.

-¿No es divina? – dice.

-¿La gata?

-¿No te encanta?

-Si, muy linda. ¿Sabes que pensé en traerle un ratón?

-¿Cómo un ratón? –pregunta perplejo, sin entender.

-Si, de esos que venden en las tiendas de mascotas. Lo pensé porque estaría bueno verla jugar con un ratón de verdad, ¿no? A los gatos les gustan los ratones.

-Pero lo va a matar en dos segundos, Maja. – Me mira levemente horrorizado.

-Pues si, de eso se trata, ¿no?

-Sos macabra.

-¡Ja! ¿Me vas a cocinar? – le pregunto al tiempo que me incorporo y me acerco hasta alcanzarle un hombro con la boca.

-¿Me vas a ayudar?

-Por supuesto que no.

-Sos una princesa.

-Te recuerdo que está discusión ya la tuvimos alguna vez…

-¿No me podés ayudar, al menos llevando tu plato a la mesa?

-No Pibe lindo. Yo soy la que atraviesa la ciudad en auto. A veces con tráfico. Tú en cambio,  sólo tienes que abrir la puerta para tener sexo a domicilio. Lo justo es que cocines y no te quejes. Y yo te beso ¿te late?

-Dale.

-¿Me vas a cocinar?

-Te voy a coger hasta que pidas esquina.

Mi boca se hace besos en la suya. La toalla que le cubría los hombros sale volando; un maullido muy leve me dice que la pobre Mika ha quedado debajo. 

Tenemos la tarde infinita por delante y me da mucho gusto y gozo, estar aquí.

lunes, 15 de noviembre de 2010

El Pibe: El Puente de las Fiestas Patrias.




Es viernes y estamos a la mitad de este Puente Patrio eterno al que no se le ve fin. Dichosos esos que escaparon de la ciudad y jubilosos los que nos quedamos en la espera de que esto termine algún día. Menos mal que El Majito, amante de la equidad decidió pasar la mitad de sus minivaciones con su padre. Antes de ello, yo he cumplido con la labor. El grito, trepados en una cabina telefónica en Coyoacán y el desfile con el sol cayendo a plomo sobre Reforma, encaramados en un puesto de periódico. No solo soy una madre permisiva sino entusiasta. Bien por mi, me digo, con un dejo lastimoso más que de orgullo.

El Pibe ha llamado toda la semana y yo termino cediendo, de nuevo. Sin tráfico el trayecto a su casa es una delicia. Me estaciono, bajo del auto. Toco el timbre y en segundos El Pibe está en la puerta radiante y feliz. Su mejor amiga está de visita y se ve nervioso porque la voy a conocer. Para el agrado de todos, nos caemos increíblemente bien. Platicamos de cuanto se nos ocurre; hasta de novios y amantes y cuando El Pibe no resiste más que lo ignoremos, me saca de su casa a la fuerza para invitarme al cine. Esta es una de esas raras ocasiones, en las que no habrá sexo. Lo cual, para variar, encuentro muy divertido.

Llegamos a tiempo al cine y encontramos buen lugar en  la sala que en minutos estará atiborrada. Viernes de Puente. El Pibe me ofrece alguna golosina y yo acepto un chocolate y una botella de agua. Me complace que se comporte como un caballerito conmigo, solícito y atento.

Cuando regresa trae en las manos palomitas y refresco. Para los dos. No, no es un caballero, es un tacaño. ¡Ja! Patán.

Con su mano atrapada entre mis muslos, comienza y termina la película. Mi mano apoyada sobre la suya. Más de 90 minutos de caricias y roces ligeros; un contacto físico, íntimo. El gesto de dos que se quieren.
Subimos al coche y antes de salir del estacionamiento me pide vernos mañana de nuevo, la amiga fantástica tomará un vuelo en la mañana, así que podríamos pasar la tarde juntos, como antes. Me invita a pasar la noche también. Parece que algún bicho exótico lo picó y parece que me contagió porque sin pensarlo demasiado y con alguna reserva, acepto.

Lo dejo enfrente de su edificio, me besa un rato antes de bajar del coche. Cuando me alejo todavía sonriendo, caigo en cuenta de que El Pibe es un Macho Aire (Géminis-Libra-Acuario) y que al lado de esa anotación- recuerdo-, también escribí en mi cuadernito: Unión de pareja, permanente.


Mis ojos miran al cielo para elevar la plegaria: ¡Dios mío, no! ¡El Pibe no! ¡Piedad.!