viernes, 2 de noviembre de 2012

De la mesa 15 al Bengala (2)


Es tarde, reuní fuerzas para dejar el vestidito estampado de flores y gasas tirado en el suelo. Busco otras 3 prendas en el armario, me subo a mis botas altas, altísimas y me calzo un sombrero en la cabeza. Según yo, el atuendo me da un aire mafioso irresistible. Sin lugar para los bostezos, manejo por 20 minutos hasta el lugar del encuentro.

En una mesa larga me encuentro varias caras conocidas y un par de caras nuevas. La alta y guapa productora de radio halaga mi sombrero, me lo quito, se lo pongo, le revuelvo el pelo con los dedos y me pongo seria. Más vale. Enfrente de mi, esas dos caras muy nuevas me saludan con entusiasmo. Una me parece conocida y se lo digo. ¡Qué casualidad! Ella parece conocerme de algún lado también. De profesión: Médico Traumatólogo. Por supuesto que no la conozco y resuelvo enfriar esta conversación lo más rápido posible porque la chica me sonríe tanto y se muestra tan interesada en mi o en el sombrero que me abruma; cuando alguien anuncia que va a la calle a fumar, me uno al contingente. No. No me quiero ligar a la traumatóloga. Soy coqueta cobarde y a veces, coqueta canalla. En este L-World, ser así es también un método de defensa.

Sentada en la barra está mi amiga Riva. Sonrío flamante, me acerco. Es galletona de pura cepa, viste masculina, habla a los gritos y de su boca simpática suele salir majadería y media. De esas pues, sin pelos en la lengua. Hacía un buen tiempo que no le sabía los pasos y me da gusto verla de nuevo. Dejo que me pase un brazo por los hombros y también que me moleste un poco. Entre los temas generales está el de la chamba, ¡Uy! Odio eso, odio hablar de trabajo pero le contestó que la cosa ahí va, con sus altibajos y la basura de siempre. Me interrumpe dirigiéndose a la chica que tiene enfrente y que yo no había visto:

-Mira, te presento a la Maja. En su oficio, la mejor del medio, del mundo. Tiene currículum, experiencia y Know How.

Y yo arrebolada de tanto halago, le extiendo la mano a la mujer que me acaban de presentar. Trabajamos en el mismo ambiente y dice conocerme de nombre. Me pide una tarjeta, le respondo que mi bolsa está hasta allá, en la mesa. Se dispone a anotar mi número celular en su teléfono. Me acerco a dictarle, la miro de nuevo. Qué muñeca, pienso. Una certeza se revela antes de que le dicte los últimos dígitos, la interrumpo perpleja y le digo:

-Disculpa pero… ¿No estuvimos en la misma mesa en una boda, hace rato?
Con los ojos como platos responde:

-¿Eres tú? ¡No te reconocí! Digo, me parecías muy familiar pero… ¡Te ves tan diferente!

-Me cambié de ropa y tú también, por lo que veo.- Claro, sus tetas celestiales ya no están a la vista pero el rostro divino es memorable; y la veo mirarme el escote del tercer botón desabrochado de mi camisa blanca y almidonada, de donde asoma con todo el descaro y la intención del mundo un brassiere negro y sexy, unidas las varillas con un moño de satín.

Nos reímos alto y fuerte y le sonrío de oreja a oreja llena de coquetería.

-¿Y tu amiga? ¿No vino?

-Está afuera fumando.

-Bueno pues ahorita regreso a presentarme, por segunda vez en el día.

-Jajaja.

Después de 6 pasos hacia ninguna parte, la amiga Ale de mi Maja me sale al encuentro. La mujer más extrovertida que conozco, foránea como yo en este L-World… Me dice que mi sombrero es un hit. Qué me veo súper bonita. Y le comparto el secreto: No es el sombrero, si no la posibilidad de ser otra, lo que conjura las chispas. Un alter ego. Está de acuerdo conmigo, se ríe y de paso me felicita por la osadía con la que presumo el moñito. El moñito negro del bra.

No me puede ir mejor, pienso. Busco con la vista a la muñeca y descubro que la amiga ya regresó de fumar. Me acerco a saludarla y cuando estoy a dos pasos de ellas, les descubro en el gesto que vienen juntas, es decir, que son pareja. Perpleja, me alejo de nuevo. Y yo que le sonreía juguetona. Buenísimo. Me rescata el amigo de siempre con su ofrecimiento habitual:

-¿Quieres fumar Maja? Traigo un churro de la hidropónica que no mames.

Ni siquiera lo dudo, me dejo guiar hacia  la calle.


...Continuará

miércoles, 31 de octubre de 2012

Mi Maja: De la mesa 15 al Bengala (1)


Me siento en una de las 10 sillas de una mesa casi vacía; digo casi porque las únicas presentes son dos guapas. Saludo cortésmente y busco con la vista al Majito que se quedó en alguna mesa, saludando a los novios que en breve serán esposos. 

Las bodas me chocan, las multitudes me aterran y el hecho de tener que socializar con dos desconocidas me resulta escalofriante. Soy tímida y cuando no tengo más remedio, -como en este momento-, hago un esfuerzo titánico para romper el hielo. Por si no bastara, no me siento bien. Con apenas dos horas de sueño y el cuerpo que se duele cada vez que respiro, me acuerdo de anoche y todas las horas que me pasé enredada en otro cuerpo, revolcándome. (Pero este es tema para otra entrada. Dejemos al amante en el anonimato, de momento.)

Así que las miro. Ambas guapas pero una, lo es mucho más. La muy guapa usa un vestido ceñido al cuerpo, strapless, color berenjena. Le sienta fatal porque es de caderas olímpicas pero le sienta muy bien a ese par de tetas apretadas que se asoman veleidosas por encima de las varillas. Me escandalizo. ¿Porqué mi vista parece estar imantada a esa parte de su cuerpo?

La cara hermosa, como de muñeca en vitrina, realmente linda, armoniosa. Ojos obscuros y el pelo como un nogal, oscuro también y largo. Intento iniciar la plática pero ambas están concentradas en sus celulares. Tuitean, “facebookean”, o se hacen pendejas pasando el tiempo, hasta que empiece la ceremonia civil y tengan que prestar atención al entorno, que me incluye, ¿no? desisto por supuesto. Me siento un poco patética. Y yo tan linda en mi vestidito de cocktail…

Me miran y sonríen y ninguna frase genial se me ocurre; de soslayo, mi vista se estaciona por más tiempo del necesario en ese par de tetas magníficas. El Majito aterriza a mi lado y algo dentro de mi, se relaja. Puesta toda mi atención en mi crío, que generosamente accedió a acompañarme, me pregunta cada dos minutos que a qué hora empieza la música. “Pero se escucha música mi amor”, “No Ma’ la de bailar”.

La ceremonia civil está por comenzar y con un vistazo otra vez, a las tetas de la muñeca, nos ponemos todos de pie para celebrar el enlace.

Después del brindis y los buenos deseos se abre la pista. Y lo que suena primero es esa cumbia simpática que dice: “Procura coquetearme más, y no respondo de lo que te haré.” El Majito no se arredra y me arrastra hacia la multitud. Bailamos divertidos. Yo, un poco torpe porque bailar cumbias en pareja no se me da y para el Rock and Roll estoy bastante negada. Pero aún así bailamos durante horas casi todo el repertorio. Regresamos un momento a nuestra mesa, la 15, que ahora luce abandonada. De las guapas, ni su rastro. Se veía a leguas que tampoco lo estaban pasando muy bien.

Yo miro con paciencia que las manecillas del reloj se columpien y llegue la hora de retirarnos, porque más tarde tengo otro festejo, el de mi Maja que festeja esta noche su cumple y quien me ha prometido diversión, irreverencia, algo de desacato y con un golpe de suerte, presentarme a una guapa.

lunes, 29 de octubre de 2012

Relato 2. Meridian Place


Mi cuerpo se sostiene flotando sobre otro cuerpo. Mi cabeza se apoya debajo de su nuca en el centro que divide  la línea que corre por sus hombros. Mi pelvis se acomoda precisa sobre las vértebras lumbares de su espalda. Como un par de engranes que encajan perfecto uno dentro del otro y que giran muy despacio como para presumir exquisitos la precisión con que se mueven.

La imagen de la suave línea del ocaso en una cordillera perfecta.

Yo soy esa línea, yo soy todo ese rojo que como brasa, tardará un rato en apagarse y que mientras, tiñe con fuego y malva, el suelo, el techo, las paredes. La habitación entera.

De un aparato desvencijado sale de vez en cuando un poco de aire frío; bufa un instante y se condensa en rocío suficiente para refrescarnos la piel. En el ambiente se respira sal; no muy lejos, más allá de la persiana, está el mar, que imagino calmo, suave y limpio, con ese color que embruja del caribe. No se oye ni se ve, se respira. Paso mi lengua muy despacio sobre su hombro curvo y firme, que sabe a mar. Todo el mar.

De mis labios un soplo sobre su nuca, en el hombro. Y de la superficie de su piel se levanta un polvillo blanco, una salina. Llevamos horas así, cuerpo a cuerpo. Como dos brasas que se resisten a apagarse. Al ligero soplo, su mirada me enciende de nuevo. Soy toda piel y toda boca. El presente, ese lugar nebuloso ocurre casi sin moverse, muy despacio, a destiempo. Mis manos recorren entera su piel atesorando cada pedazo del cuerpo más bello con el que me haya encontrado jamás.

Una espalda hermosa que me perturba como si mirara un boceto de El Caravaggio.

No sé cuantas horas nos quedan, me juego el resto, lo que me queda. No puedo imaginar que este amor no vaya a resistir más que otro largo fin de semana; porque el destino no existe, me canta el azar con un guiño.

Me gusta como me sujeta con firmeza, desesperado como un náufrago a mi boca. Me sujeta y me monta. Nuestros cuerpos no saben de otros ritmos que no sean al contratiempo. De arrullo, navegamos sin timón y sin consuelo. A la deriva. Sin ganas de tocar puerto. En cada embestida me encuentra, me apresa, me sostiene con la fuerza de sus ojos increíblemente obscuros, nublados de deseo. Me sujeta y me abandono,  y me pierdo. Con cada embestida me busca de nuevo, me hace regresar y yo lo miro un instante antes de irme de nuevo, a un desierto de sal  lleno de cielo.

Le paso la lengua, de nuevo, por los hombros, por el pecho. Mi mano navega lentamente por su muslo. Me lame, saborea en mi piel el sabor que también es el suyo.

Mi cuerpo se apoya ahora en la humedad de la sábana. Sobre mi mejilla izquierda apoyo el rostro, miro el aparato de aire acondicionado esperando que bufe un poco, un aliento fresco. Hace un ruido que apenas se escucha, que acompaña la respiración pausada de quien ahora apoyado en el codo, vuelto hacia mí, contempla mi espalda. Su mano sube y baja, de la nuca a los muslos. Se detiene un momento en la cima. Dibuja olas con los dedos y adentro de mí me corre una miel espesa que amenaza con desatar una tempestad.

Los párpados como lápidas. Cada músculo de mi cuerpo al acecho, se mantiene alerta a sus manos y con los ojos cerrados lo miro mirarme. Se detiene de nuevo en la curva de mi trasero, su mano quieta y firme, sé que me mira embelesado. De mi boca un gemido, despacito, tímido. No quiero interrumpir el cauce que provoca el vaivén de sus caricias.

Sus dedos se abren camino dentro de mí. Con el primero me recorre despacio, se retira. Un gemido lo invita de nuevo y dos dedos dentro de mí, se pasean divertidos, deliciosos y atrevidos. Dentro. Dueño de toda mi entraña.

Estoy en otro mundo de nuevo, perdida, encontrada, sola, acompañada. Esos ojos increíblemente negros que no han dejado de brillar como centellas recién paridas.

Reclama como suyo todo lo que existe dentro de mi y podría morir dichosa en este instante, en esta cama, en estas sábanas.  Las serpentinas que me atraviesan entera, mi espalda un arco, en mi boca su nombre.