miércoles, 22 de septiembre de 2010

Machín Patán: Martes



Mientras no espero, mis fantasias con Machín Patán continúan. Nos veo besándonos de pie fundidos en un abrazo donde mis manos siempre están jalando con fuerza sus rizos. Estoy obsesionada con su nuca y con su boca.

Imagino todo el tiempo muchisimos besos. Es más, todo es un beso o todo más bien transcurre en un beso de principio a fin. En alguna otra de mis fantasias, no tengo que usar una mascada para amordazarlo porque tengo a bien imaginar que Ursula, la gran villana de La Sirenita, le ha robado la voz. Mis fantasias empiezan a girar en torno a cómo mantenerlo así, Mute. Ese será el gran reto, me imagino. Mantenerlo callado.

Machín Patán aparece En Línea todos los días en la pantalla de mi compu y no puedo ser del todo indiferente. Es verdad, no estoy esperando que me busque pero verlo “conectado” me inquieta un poco. Al lado de su nombre escribió “disoriented” lo cual me hace pensar en la posibilidad de que al final de cuentas, se puede arrepentir. Y sin anticiparme al rechazo, la sola idea, ya me crea cierto malestar. Odio especular pero no puedo evitarlo. Estoy llegando a la conclusión de que haber sido tan directa, no fue una buena idea. Alimento mi paranoia con la idea de que me ve como a una suerte de Glen Close no rubia, pero si maléfica. Buenísimo. Me encantaría amordazarlo con una estola de piel de conejo. ¡Ja! Estoy de remate.

Llega un mensaje a mi celular, muy parecido a los que me han llegado día tras día desde hace un mes.

“¿Nos vemos hoy?”

Admiro la perseverancia de El Pibe.

El refrán dice “Más vale malo por conocido…”

Me dejo llevar por la nostalgia que a veces me produce el recuerdo de sus besos.

Me escapo de mi oficina a la mitad de la tarde, tomo una ruta hacia al norte y decido olvidarme, al menos por hoy, de Machín Patán.

martes, 21 de septiembre de 2010

Aniversario

Para R. Oviedo

Nunca pensé que iba a ser tan divertido y sobre todo tan emocionante. Librábamos esa batalla de las ganas y la espera nerviosos, esperando a que llegara el momento justo. No el oportuno ni el más adecuado, sino el posible. -¡Ya!- me escuchó decir mientras cerraba la puerta de mi habitación; el chasquido seco y metálico del seguro en el picaporte. Click. En el silencio, los ojos nos brillaban emocionados, cómplices. Su sonrisa puesta en la mía mientras intentábamos quitarnos la ropa a toda velocidad, con la atención y los sentidos puestos a lo que ocurría del otro lado de la puerta, desde donde venían pasos y voces que amenazaban, de tan cercanos, lo que desde este lado de la puerta estaba por ocurrir. Por fin y por primera vez, íbamos a estar por completo desnudos en una cama.

Mi primer novio. Rebasados de amor juvenil, habían pasado ya nueve meses de besos largos y caricias frenéticas y medio torpes  entre la tela de las camisetas, encima de los jeans, en cada fiesta y en cada oportunidad. El fue el mago y el autor de mis primeros orgasmos. Hasta ahora me detengo a pensar en lo incómodo que le debió resultar venirse todas esas veces, con los jeans puestos previo revolcón en el piso duro y polvoso del segundo piso de la casa, que aún se encontraba en obra negra.  Ahí entre ladrillos apilados, varillas, arena y cemento los ojos me brillaban tanto, que cuando bajamos a aquella fiesta organizada al vapor después de saber que mi madre iba a estar fuera todo el fin de semana, yo parecía un cometa despistado, salido por completo de su órbita.

Lo habíamos planeado de acuerdo al calendario natural de mi cuerpo y mis hormonas. En ese tiempo no se acostumbraba que una pareja de adolescentes calenturientos se presentara en el mostrador de la farmacia del barrio para comprar condones. Menores de edad, no contábamos con los medios para pagar un hotel de paso y supongo que no me parecía el mejor lugar para dejar de ser virgen. No recuerdo porque decidimos hacerlo en mi casa que por la época, siempre estaba tan llena de gente. Unas tías estaban de visita en aquella ocasión. Viajaban cada verano desde Culiacán y se hospedaban con nosotros hasta un mes entero. Su propósito era claro; venían a buscar marido y nunca terminará de sorprenderme la tenacidad con que emprendieron el proyecto, pues en efecto, algunos años después lo lograron.

Estaban en la casa ese día, discutiendo el menú de la comida, se oían sus voces -a pesar de la puerta cerrada-, y sus pasos recorriendo el pasillo hasta la habitación que ocupaban enfrente de la mía.  Adentro, callados y en pausa, esperábamos oírlas alejarse para continuar con la tarea de desvestirnos. La posibilidad de que nos descubrieran estaba ahí, latente y convertía la travesura en un juego de destreza y azar. No era el deseo lo que nos impulsaba, era la adrenalina.

De la emoción incontenible al deseo desbordado. Tendido entre las sábanas de mi cama, me esperaba al fin. Todavía callábamos nuestras risas y susurros con los dedos puestos en los labios. Muy despacio y al fin desnudos me monté encima de su cadera y con las manos en la cintura, me sostuvo un instante. Ya no importaba lo que ocurría del otro lado de la puerta, todo ocurrió en segundos dentro de mí. Sin el rastro del dolor agudo y fugaz que me habían platicado y sin huellas de sangre en mis sábanas. Un par de sonrisas cómplices, el juego más emocionante de mi vida.

No recuerdo la fecha exacta pero estoy casi segura de que era un viernes y que faltaban pocos días para mi cumpleaños.

Tenía 15 todavía en aquel septiembre de 1984.