viernes, 30 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: En mi casa (y 2)


Perdida en sus caricias mi mente está en ninguna parte. No tengo conciencia de mi, estoy ahí, tendida, abandonada al placer. No tengo conciencia de él tampoco. No habla, no emite ruido alguno que no sea un roce de sus labios en mi cadera. Mis gemidos de ciervo dócil se escuchan apenas entre la música, y finalmente me hace voltear para quedar de frente a su cuerpo por primera vez en esta noche.

 Nada más dulce que el deseo en cadenas.

Abro los ojos apenas para pedirle que se acerque, quiero su boca en la mía y se mueve muy despacio hacia mi mientras cierro los ojos de nuevo.

Me besa, mis dedos le buscan el cuello soñando con enredarse en unos rizos hirsutos que en este momento llenan mi mente. Lo beso con fuerza, lo muerdo un poco y me doy cuenta de que en esta nuca no hay rizos que jalar.

Me acoplo a su ritmo, al vaivén delicado de su lengua en mi boca. Me acaricia los senos con las yemas de los pulgares. Su rostro se desliza por mi piel. Me toma un pezón entre los dientes, lo acaricia, lo chupa. Arqueo la espalda, gimo. Me busca entre las costillas algún secreto, me aprisiona con la boca la curva de la cintura. Me apoya la palma de la mano en el vientre, cerca del pubis. Baja muy lento con la lengua, su mano presiona con fuerza, se hunde en mi cuerpo. 
Juega entre mis labios, encuentra mi clítoris. Respiro violenta, gimo impúdica, me vengo.


Abro los ojos de nuevo y lo observo. Se desabrocha el pantalón, se baja el cierre.

-¿Tienes condones?

-No

-Yo tampoco. –cierro las piernas, aprieto los muslos. Me giro sobre un costado y lo veo acomodarse en mi espalda. Me susurra al oído sonriendo:

-Supongo que todavía te puedo embarazar, ¿no?

Giro la cabeza y lo miro a los ojos. Parpadeo dos, tres veces. La Güera no va a dar crédito. ¿Porqué a los casados les da por sentirse El Caguamo?

Con aplomo y gentileza respondo muy seria:

-Que me preñes, no sólo es posible sino probable. Pero más allá de eso, yo no sé con cuantas te acuestas tú –levanta las cejas, esboza una sonrisa, quiere decir algo -y sobre todo, tú no tienes idea de con cuantos me acuesto yo.

Me giro de nuevo, me apoyo en su brazo que me sirve de almohada, cierro los ojos. Delicado mueve mis rizos a un lado para hundirme la nariz de nuevo en la nuca. Con el brazo que le queda libre me arropa la cintura. Una de sus piernas entre las mías, la otra rozándome el tobillo. Lo escucho respirar pausado, me arrulla y me quedo dormida.


Abro los ojos y por un instante no sé donde estoy. Veo de manera borrosa la mesa que me sirve de escritorio y mi compu que desde hace un rato se ha quedado muda. Recorro el librero, las paredes, la ventana abierta que deja pasar el ruido de algún auto perdido en el periférico, escucho esa brisa fresca que anuncia el amanecer y me estremezco. 
Cierro los ojos de nuevo, un brazo me adivina el frío, me aprieta y me envuelve. Duerme. Su aliento pausado en mi cuello quiere arrullarme de nuevo. A esto sabe el amor.


Con mucho cuidado me incorporo y me acerco desnuda a la ventana, busco hacia el oriente una línea difusa donde se adivinen los Volcanes; ahí están pero no se ven, termino de despertar con el fresco que me eriza la piel.


Camino hacia mi recámara, entro al baño y me lavo los dientes. Me cubro con una camiseta y salgo de nuevo a ver si el Ing. despertó. Lo encuentro abotonándose la camisa. Le planto un beso y le sonrío alegre:

-¿Te pido un taxi?

jueves, 29 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: En mi casa (1)

Entro por la rendija de la puerta sigilosa como un ladrón, el Ing. me espera a   la mitad del pasillo cargando las cervezas que compramos antes de llegar. De verdad no me importa dijo antes, pero me importa a mi respondo y es lo único que cuenta.

Cierro la puerta tras de mi, enciendo una luz y admiro que el desorden esté tal y como lo deje; hay cosas tiradas por doquier, camino sobre un campo minado de dinosaurios, recojo zapatos, ropa, libros, y todo lo pongo -casi lo aviento- sobre la cama del Majito. Cierro la puerta de mi habitación – territorio no explorable-. Llevo tazas de café y algún plato con migajas a la cocina. Levanto las dos botellas vacías de las cervezas que me tome viendo el juego. Apago luces y enciendo una lámpara suave.

No me gusta traer amantes a mi casa y por lo general no lo hago; me mortifica el hecho de compartir esto que bien o mal es mi espacio más privado y donde vivo con el Majito. Me choca un poco la idea de que revisen lo que leo, lo que escucho, las pocas fotos en sus marcos. Odio tener que explicar la ausencia de un comedor y en su lugar la conveniencia de una cancha multiusos: fut para el domingo en las mañanas, duelo de sables, torneo de dardos o tenis.

No me gusta compartir mi cama, me gustan las ajenas. Muy pocas veces alguno con suerte ha amanecido entre mis sábanas. Me inquieta la duda de si el Ing. en mi casa sea una buena idea. Mierda. Ya que.

Lo invito a pasar y acomodamos juntos las cervezas en el refrigerador. Se pasea observando el espacio y yo regreso a mi cuarto a sacar un tapete de yoga para acomodarlo a los pies del sofá. Y ahí nos acomodamos, hombro con hombro a escuchar música. Buscamos alguna canción que dice, le recuerda a mi. Me platica que nunca me olvido y no le creo una sola palabra pero poco importa, apoyo la cabeza en su muslo, estaciono la música en un disco de Soda Stereo como alguna especie de homenaje al pobre Cerati.

Me ofrece un masaje y me gira con suavidad para quedar tendida boca abajo.

Me acaricia muy despacio con ambas manos, mi respuesta es un largo largo suspiro; escucho a Cerati cantar. Tengo los ojos cerrados y no pienso en nada que no sean sus manos recorriéndome la espalda. Con la yema de los dedos me levanta el suéter que termina de empujar hacia arriba con la nariz mientras se abre camino a besos para llegar a mi nuca. Y todo esto lo hace con la presición de un relojero; cada vez que apoya los labios en cada una de mis pecas, me moja apenas con un roce de su lengua.  No hay un gesto que parezca brusco, todo es suave, todo es silencio también. Respira despacio en mi piel. Me mojo.

Me muerde con cuidado el cuello y la nuca mientras termino de pasarme el suéter por los brazos.
Es callado y esta noche eso, me gusta mucho. Se escuchan apenas mis gemidos. La voz de Cerati baila en el aire, un suave látigo, una premonición, dibujan llagas en las manos.

Me recorre a besos de nuevo, de norte a sur, mi espalda dispuesta, sus manos, la boca bajando despacio por todo lo largo de mi columna. Tengo la sensación de que poseo la textura de la cera de Campeche, sus manos modelándome, calentándome. A capricho y voluntad.

No me sirven las palabras, gemir es mejor.

Se detiene en mi cintura. Con ambas manos desliza mis jeans hacia abajo con la delicadeza de una mascada de seda al aire. Escucho el roce de sus manos en la tela de su camisa. Regresa a mi cintura con el torso desnudo y baja muy despacio con los labios. No puedo evitar levantar despacio la pelvis, apenas un par de centímetros. Invitarlo a algo extremo.

Y pasa de largo, sin descifrarme…

miércoles, 28 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: La Cena


Aparece con la cara brillándole en sudor, no escurriendo. Sonrío, se inclina a besarme la mejilla. Está agitado y resuella pero se ve calmo, serio. Suelta una carcajada apenas se sienta. El encuentro inicia con una risotada pegajosa. Bien.

Me dice que me veo linda, me halaga y lo repite en varias ocasiones durante la cena; también llevo 2 copas de vino así que tengo colgada la luna en la cara y sonrío a diestra y siniestra. Me platica un montón de su trabajo y por esta vez evita hablar de la hijita y su esposa. Bien. No resiste sin embargo intentar hacerme partícipe de su agobio y me platica de su hijo adolescente, proclive a la onda del Piercing y con claras tendencias de Emo; tomo partido por el hijo y lo defiendo acalorada.


Salimos, y mientras esperamos el coche me pasa un brazo por lo hombros y me besa. Delicado, tierno. Me gusta.

Enciendo la marcha, me ajusto el cinturón y  lo miro gentil y sonriente:

-¿Qué hacemos ahora?

-Lo que quieras Preciosa – me mira. Lo miro.

Adivina que su respuesta suena un poco estúpida. Lo intenta de nuevo –Sólo quiero estar contigo, bailar contigo, escuchar música. Estar solos.


-¿Vamos de antro? -pregunto en tono de broma mientras enfilo mi coche hacia ninguna parte. Podría dirigirme hacia Tlalpan para recorrer esos hoteles re cutres que  solían gustarme tanto y elegir uno digno y con buena pinta. El decorado escueto, el olor a desinfectante, las manchas perennes en las alfombras y una afanadora quien  desde un rincón espera a que acabe el amor para desinfectar sus restos. Luego me veo a mi misma, en un rato, buscando mi ropa interior entre un revoltijo de sábanas y un arete desaparecido, con la madrugada encima. Manejar hasta mi cama, con sueño. Ni loca.


La brújula ya no apunta hacia un norte desconocido, tomo Insugentes sur hacia mi casa.

martes, 27 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: Sábado tarde noche.




Hace un buen rato que no me ocurría un sábado de estos. No tengo que trabajar, soy dueña del control remoto de la TV –aunque no la encienda- y no me preocupa el interior precario del refri porque mi hijo no está. Miro a mi alrededor y veo un desorden, soy presa del random; como de regreso a la adolescencia con la ventaja de que no puedo dar un mal ejemplo porque estoy sola y me la estoy pasando tan bien que olvidé el motivo por el cual decidí salir esta noche.

Cuando miro el reloj me doy cuenta de que voy a llegar tarde a la cita; ni siquiera me he cambiado. No sé en que momento hice de optimista y así como la profeta, decidí que el juego terminaría a las 9:30 de la noche. Como si el béisbol fuese predecible. Mierda.

Lo peor es que no me despego de la pantalla en la espera de  que el siguiente lanzamiento termine con la entrada, pero eso tampoco sucede. Un lanzamiento puede resultar un hit, un foul, una bola y el tiempo del partido se alarga. Si resulta un out –que es lo que necesito- iría corriendo al armario a ver que me voy a poner.

No me da tiempo ni de ponerme creativa, elijo como al azar un suéter negro muy ligero de seda, los jeans son los mismos del día pero acompañados de unos tacones afilados y generosos. Corro de regreso a la pantalla.

Mi equipo pierde. Mierda. Pero la entrada puede ponerse cardiaca en cualquier momento. Corredor en primera, base por bolas, el que estaba en primera está ahora en posición de anotar; los minutos corren, yo sigo en pausa. Hay un cambio de lanzador, comerciales, corro al espejo a intentar hacer algo con la maraña desordenada de rizos que hoy amanecieron beligerantes. Me resigno. No tengo tiempo de aplicar demasiado maquillaje pero encuentro un rojo fulminante y me pinto los labios con esmero.

Corro a la compu de nuevo. La potencial carrera del empate está ahora en primera, todas las bases llenas, de nuevo cambio de lanzador. Mierda. Tengo que salir de casa ya. Voy a llegar con un retraso de 10 minutos, nada grave, pero de ningún modo puedo esperar a que termine esta entrada. No se acaba hasta que se acaba, por eso amo este deporte. Ya podré luego leer las reseñas, sumergirme en las estadísticas, ver de nuevo las entradas a las que estoy por renunciar. Recorro con los ojos el desorden que me rodea y salgo de casa.

Y tal y como predije, llegó con solo 10 minutos de retraso. Dejo el auto con los encargados del Valet y entro al lugar. La Hostess me informa que no hay ningún caballero esperando por mi. Desconfío de ella por supuesto y voy de paseo por entre las mesas en un intento por desmentirla, pero tuvo razón, el Ing. no ha llegado así que escojo una mesa para dos y me siento a esperar. Mi actividad favorita.

Las manecillas marcan un montón de minutos de retraso. El juego debe estar en la novena, pienso. Espero. Nada.

Desde hace rato me ofrecieron una copa de vino y acercaron la canasta con el pan a la mesa; La copa de vino me urge y el pan también. En un recuento veloz y sin calcular demasiado recuerdo que en la cartera está la cantidad justa de la tarifa del Valet Parking. Si me dejan plantada, de todas maneras cenaría con gusto, esa actividad en solitario no me inquieta ni me incomoda. Lo único inquietante es que mi tarjeta la plateadita tal vez no pase. Buenísimo.

Me llega un msm. ¡Preciosa! Calculé mal el tiempo, no hay taxis, voy corriendo al lugar, por favor esperame.

Le pido al mesero una copa de vino, respondo el mensaje. Sonrío. Se trata de divertirse y eso es lo que planeo hacer.