martes, 27 de julio de 2010

El Ingeniero hoy día: Sábado tarde noche.




Hace un buen rato que no me ocurría un sábado de estos. No tengo que trabajar, soy dueña del control remoto de la TV –aunque no la encienda- y no me preocupa el interior precario del refri porque mi hijo no está. Miro a mi alrededor y veo un desorden, soy presa del random; como de regreso a la adolescencia con la ventaja de que no puedo dar un mal ejemplo porque estoy sola y me la estoy pasando tan bien que olvidé el motivo por el cual decidí salir esta noche.

Cuando miro el reloj me doy cuenta de que voy a llegar tarde a la cita; ni siquiera me he cambiado. No sé en que momento hice de optimista y así como la profeta, decidí que el juego terminaría a las 9:30 de la noche. Como si el béisbol fuese predecible. Mierda.

Lo peor es que no me despego de la pantalla en la espera de  que el siguiente lanzamiento termine con la entrada, pero eso tampoco sucede. Un lanzamiento puede resultar un hit, un foul, una bola y el tiempo del partido se alarga. Si resulta un out –que es lo que necesito- iría corriendo al armario a ver que me voy a poner.

No me da tiempo ni de ponerme creativa, elijo como al azar un suéter negro muy ligero de seda, los jeans son los mismos del día pero acompañados de unos tacones afilados y generosos. Corro de regreso a la pantalla.

Mi equipo pierde. Mierda. Pero la entrada puede ponerse cardiaca en cualquier momento. Corredor en primera, base por bolas, el que estaba en primera está ahora en posición de anotar; los minutos corren, yo sigo en pausa. Hay un cambio de lanzador, comerciales, corro al espejo a intentar hacer algo con la maraña desordenada de rizos que hoy amanecieron beligerantes. Me resigno. No tengo tiempo de aplicar demasiado maquillaje pero encuentro un rojo fulminante y me pinto los labios con esmero.

Corro a la compu de nuevo. La potencial carrera del empate está ahora en primera, todas las bases llenas, de nuevo cambio de lanzador. Mierda. Tengo que salir de casa ya. Voy a llegar con un retraso de 10 minutos, nada grave, pero de ningún modo puedo esperar a que termine esta entrada. No se acaba hasta que se acaba, por eso amo este deporte. Ya podré luego leer las reseñas, sumergirme en las estadísticas, ver de nuevo las entradas a las que estoy por renunciar. Recorro con los ojos el desorden que me rodea y salgo de casa.

Y tal y como predije, llegó con solo 10 minutos de retraso. Dejo el auto con los encargados del Valet y entro al lugar. La Hostess me informa que no hay ningún caballero esperando por mi. Desconfío de ella por supuesto y voy de paseo por entre las mesas en un intento por desmentirla, pero tuvo razón, el Ing. no ha llegado así que escojo una mesa para dos y me siento a esperar. Mi actividad favorita.

Las manecillas marcan un montón de minutos de retraso. El juego debe estar en la novena, pienso. Espero. Nada.

Desde hace rato me ofrecieron una copa de vino y acercaron la canasta con el pan a la mesa; La copa de vino me urge y el pan también. En un recuento veloz y sin calcular demasiado recuerdo que en la cartera está la cantidad justa de la tarifa del Valet Parking. Si me dejan plantada, de todas maneras cenaría con gusto, esa actividad en solitario no me inquieta ni me incomoda. Lo único inquietante es que mi tarjeta la plateadita tal vez no pase. Buenísimo.

Me llega un msm. ¡Preciosa! Calculé mal el tiempo, no hay taxis, voy corriendo al lugar, por favor esperame.

Le pido al mesero una copa de vino, respondo el mensaje. Sonrío. Se trata de divertirse y eso es lo que planeo hacer.

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