viernes, 1 de octubre de 2010

El Pibe: A veces.


A veces empezaba a desvestirme un instante después de haber cerrado la puerta y después del beso largo con el que me daba la bienvenida. A veces quería que ya llegara el sábado otra vez para esconderme en sus besos. A veces se asomaba por la puerta antes de abrirme y exclamaba “¡Princesa, sos un bombonazo!”. A veces me hacía encabritar por el gusto de verme así. A veces, cuando me recorría con la mirada, no podía evitar decirme burlón: “Sos una señora bien”. A veces lo miraba y pensaba que era un desarrapado. A veces, que fuese un desarrapado, me gustaba mucho. A veces pensaba que este amor se extinguía a la misma velocidad del sahumerio que encendía para ocultar el olor de la mota. A veces, fumábamos y nos reíamos tanto, que se nos olvidaba la película que habíamos planeado ver. A veces caminábamos hasta el cine. A veces no teníamos ganas de mojarnos y mirábamos las gotas de lluvia que se estrellaban contra el techo de acrílico que era el cielo visto desde su cama. A veces llevaba mi almohada a su cama, porque odiaba el olor de las suyas. A veces, le hablaba de la importancia de unas sábanas de algodón. A veces me enseñaba paciente como forjar un buen churro.   A veces me hacía caminar a su lado por una hora, hasta el supermercado y de regreso. A veces, pedíamos comida de fuera y mientras esperábamos, hacíamos el amor con rabia y enjundia.  A veces lo ayudaba a cocinar, le pasaba ingredientes, utensilios o simplemente me quedaba quieta a su lado observándolo. A veces se quejaba porque no lo ayudaba en la cocina. A veces me pedía sacar algo del refrigerador, para agarrarme la cintura o pasarme las manos por las nalgas. A veces me sorprendía  su aliento en mi cuello y sus manos buscando mis tetas. A veces nada más se reía de verme arrebolada y continuaba su labor en la parrilla de la estufa, ignorándome. A veces, me ponía de frente a la pared entre el refri y el fregadero y ahí, me penetraba con cierta rudeza, sus manos agarradas de mis flancos, sus dientes clavados en mi hombro izquierdo; a veces, también me mordía despacio el hombro derecho. A veces mientras cocinaba, me narraba con entusiasmo una película y a veces se quedaba en silencio a la mitad de una frase y se acercaba a besarme mucho tiempo. A veces yo le sonreía muy callada sin contestar a sus preguntas y también se acercaba a besarme con una dulzura infinita. A veces se perdía de tal manera en mi boca que yo sólo deseaba que no se detuviera jamás. A veces se encabritaba porque yo me negaba a dormir desnuda entre sus sábanas que no eran de algodón. A veces me recriminaba “Sos una señora bien”. A veces nos amábamos durante horas. A veces, nos escondíamos el sueño y cogíamos sin pausa, en el sofá enfrente de la tele. A veces ponía la misma canción de U2 y yo ya sabía que me iba a acariciar hasta hacerme venir. A veces me agredía burlón “¿Porqué no te haces poner más tetas?, es que a mí me gustan grandes”. A veces, me dejaba temblando en su cama y se alejaba indiferente a la cocina o a ver la tele. A veces no respondía a sus mensajes porque me sentía dolida. A veces, me hacía sentir que me quería. A veces, le encantaba mi apariencia de señora bien. A veces le compartía alguna anécdota de madre. A veces, sin importarnos el dolor físico de los cuerpos llevados al límite en la faena, lo hacíamos de nuevo alguna mañana de domingo. A veces odiaba las mañanas de domingo en las que me apuraba a dejarlo. A veces lo aborrecía por completo y a veces pensaba que no podría vivir sin su piel. Una vez me sorprendió con unas sábanas azules, recién compradas de algodón. Una vez no resistí y le confesé lo enamorada que estaba de él. 

jueves, 30 de septiembre de 2010

El Pibe: Un mes atrás (y2)


La tarde anuncia una tormenta.

El Pibe jadea, me acosa con su cuerpo, me tiene atrapada en su boca.

No entiende porqué me quiero ir. No entiende cómo es que mi mente se resiste a la idea de terminar en su cama, porque mi cuerpo en sus manos es arcilla que arde.

Me aparto de su boca y sus caricias, se me acabó este recreo. Mi tarde de besos.

Insiste, me pide que me quede, me quiere llevar a su cama.

Mierda. Pienso rápido en cualquier excusa: La lluvia, el tráfico, alguna junta en Santa Fe. Hoy sin embargo, mi mejor excusa es la verdad.

-Hoy me bajó, Pibe. No tengo ganas de dejar todo manchado.

Mierda. No es que ya no me guste, es que mi cuerpo quedó empalagado del suyo y no, no tengo intención de terminar en su cama. Hoy no, tal vez ya nunca. Lo que me hace sentir muy mal es que lo quiero, me gusta a rabiar y es mi amigo; y no soy capaz de decirle que ya no me gusta, que se me extinguió el deseo o que me aburrí de coger con él. Suena fatal eso. No me atrevería a decirlo. Nunca. Mierda.


Me acompaña hasta mi auto, me despide con una sonrisa. Me pide vernos pronto de nuevo. ¡Claro! Avísame cuando tengas un buen rato libre.

No me siento mal por mentirle. Lo único que quiero es llegar antes de que la lluvia provoque el colapso. A la mitad del camino mi tarde con El Pibe ya es pasado. 

Ni siquiera me pregunto cuándo lo veré de nuevo.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El Pibe: Un mes atrás (1)



-Sólo vine por unos besos, ¿eh?- exclamo sonriente mientras me separo de su abrazo y de sus manos que desde hace un minuto buscan mi piel por debajo de la ropa. Se detiene, me mira,  hace caso omiso de lo que le digo y continua. Y yo me dejo.

Besa como nadie.

Pasados dos minutos lo detengo de nuevo.

-Tampoco vine a darte placer, ni vamos a terminar sin ropa, ¿eh? Vine a besarte. Tengo nostalgia de tus besos.

Sonríe complacido y después de arrancarme otro beso cachondo y apurado pregunta con un tono y una mirada entre la socarronería y lo patán:

-¿Nadie te besa como yo?

-Nadie, Pibe.

-Y han habido algunos ¿no?

-Tarado- me río.

Se ríe también, levanta los hombros y con el desparpajo de un cachorro feliz desiste del juego y me invita a sentarme a su lado, enciende un porro y me invita un par de fumadas. Lo demás es risa.

Me platica entusiasmado algún proyecto entre manos, una anécdota familiar, la última peli que vio y me hace reír muchísimo. Lo sigo hasta la cocina sólo para verlo girar, tomar un vaso, abrir el refri, sacar el jugo, darme otro beso apurado, llenar el vaso de jugo, sin parar de hablar un segundo. Parlotea, camina, sonríe. No para de moverse. La charla es tan placentera como sus besos y su risa franca, generosa y divertida.

El Pibe no sabe que estoy aquí por eso, que lo único que quiero es olvidarme del mundo  un rato y que su casa siempre ha sido un refugio en donde todo lo que me agobia no existe. No sé si se trata de simple desinterés o de un respeto absoluto pero nunca ha insistido en saber acerca de mi vida privada y eso es lo que me hace sentir tan bien a su lado. Me pierdo en su sonrisa, quiero besarlo de nuevo.

Miro la hora. Se hace tarde y me aterra la idea de quedar atorada en el tráfico con dos horas por delante hasta mi casa.

Un ratito más, me concedo. Me abandono.

Me acerco despacio a su rostro y apoyo mi mejilla en la suya, para llegar hasta su cuello, otra vez.

lunes, 27 de septiembre de 2010

El Pibe: Sus besos.



El Pibe me besa con la paciencia de un felino. Su lengua entra a mi boca sin pudor y la recorre palmo a palmo, sin prisa. Recorre este lugar tan conocido en el que nunca se ha cansado de buscar. Su lengua viaja por las esquinas de mi paladar. Me toma del rostro con cuidado y separa su boca de la mía. Me observa, se pierde en mis labios. Sonríe y se acerca de nuevo, pero sus manos me sujetan con fuerza y me impiden llegar hasta su boca. Juega. Se regodea con mi deseo. Parece burlarse de mi urgencia. La punta de su lengua se desliza por mis comisuras, se detiene en el centro de mi labio superior. Me lame. Juega y mis ojos  suplican. Bésame.  
Me besa muy despacio, en un beso infinito delicado, ardiente. Me jala un poco los rizos que me bailan en el cuello, me libera y con ambas manos le atrapo el rostro, lo sujeto de la nuca, le pongo mi boca encima para que no se vaya a pasear por ahí, a otro lugar.
Inclina con malicia mi cabeza hacia un lado con ambas manos. Como si manipulara a una muñeca. Sus ojos ya están clavados en mi cuello anticipando el camino que su lengua no tardará en recorrer, yo giro el rostro hacia mi hombro para ofrecerle sin reservas entero, ese pedazo de mi cuerpo. Sus dientes pasan con fuerza por mi clavícula y se encaminan hacia un costado. El lóbulo de mi oreja dentro de su boca. Me muerde y luego lame con mucho cuidado cada una de las heridas que me han provocado sus dientes brutales.

Regresa a mi boca de nuevo. Mis labios inflamados entre sus dientes. Otro beso, las lenguas fundidas sin pausa, es un momento que se antoja eterno.
Mi lengua danza feliz adentro de su boca. Ronroneo como una gata dispuesta. Es mi turno. Besarlo, morderlo, provocarlo. Hacerlo suplicar también.