martes, 3 de mayo de 2011

Una cita a ciegas: Víctima desconocida (1)


   
   Reviso mi imagen por enésima vez en el espejo retrovisor, frunzo los labios. Pienso si debería retocármelos de nuevo, giro la muñeca buscando mi reloj y me cercioro de estar a tiempo. Me gusta ser puntual, odio llegar tarde. Me angustia la idea de tener a alguien esperando. Es una tontería. Me faltan un par de semáforos y buscar el café de la esquina donde quedamos de vernos. Respiro profundamente. Me asalta la inquietud. Claro, estoy nerviosa. Estas cosas nunca jalan. ¿Y si estas cosas nunca jalan, qué hago aquí?

    Tomo mi celular de la bolsa, busco un número en la pantalla, espero.

-¿Maja?
-Voy a una cita a ciegas.
-¿Dónde lo conociste?
-Todavía no lo conozco. Ja.
-¡Maja! No vayas a ir a su casa.
-¡Cómo crees! lo voy a ver en un café, cerca de tu casa, anota la dirección.
-Te llamo en un rato. Con cuidado Majita.
-Gracias Maja. Te quiero.

    Guardo de nuevo el celular en la bolsa y recupero el buen humor.
    ¿Qué podría salir mal?

   Mi prima Yaya no organizó el encuentro pero sí la posibilidad de conocernos. Vía Twitter. Un follower más, que comenta simpatico, algo sobre el blog. Mi Linda pariente se encarga también de exaltar  con un entusiasmo sincero y arrebatado, sus virtudes: escribe padrísimo, buen fotógrafo, es culto, inteligente, guapo. Es lo que sabe de él,  porque Yaya no lo conoce personalmente, aunque compartieron primaria y generación. Habla de él como de un cuate, digamos.


   La última vez que acepté una cita a ciegas fue en el verano pasado: el resultado catastrófico. Eso sí, ninguna amiga piadosa me la organizó. Lo conocí en el pornosite sin que mediara plática puerca de por medio; más bien me hizo llegar un correo gentil sin intenciones explícitas. Respondí. Chateamos en el messenger. Lo sorprendió mi buena y pulcra ortografía. Pensé lo mismo de él. Dueños de una coincidencia geográfica –su oficina está a 10 calles de la mia- le acepté un café en un Starbucks cercano. Me envió una foto, que le reenvié a la velocidad de la red, a mi amiga Gonsen quien sin tapujos sentenció: Tiene cara de Pervert, Maja. -¡Pero si es igualito a Memo Arriaga! -No sé Maja. Tiene cara de Pervert.

   No tenía cara de Pervert, pero si una mirada de perro triste que le daba cierto encanto y que contradecía de algún modo, su físico más bien fornido y de piel morena;  lo que terminó con alguna vana ilusión, fue esa voz de titino que le salía de la garganta.  
No sólo la voz, el tono monótono y pusilánime de quien parece que habla hacia adentro y que, aquella tarde, me hizo repetir muchas veces: ¿Qué? ¿Cómo? No te escuché.

   Estas cosas nunca jalan, me digo de nuevo. Sin embargo, ya estoy aquí, en otra cita a ciegas. 


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